https://lh5.googleusercontent.com/_gfWu0T6_vR0/TZOP8HXF9WI/AAAAAAAAABk/1jz6uBj27BA/s576/100_4625.JPGHemos tenido la oportunidad de acompañar en una nueva región de Colombia, El Meta. Una zona preciosa, con zonas selváticas y ganaderas. Sudó nuestro conductor  para que la camioneta pudiera llegar a la vereda, pero no lo consiguió. Al final el embrague se quemó. No nos quedó otra que echarnos las mochilas al hombro y seguir a pata, con ayuda de algunos campesinos que iban llegando a la reunión.Tras un largo paseo entre la selva, lleno de sorpresas inesperadas, pájaros y mariposas, llegamos a la “ex-escuela” de la vereda.

fuente: IAP

Nada más llegar se abrió el cielo, llovió como si no lo hubiera hecho nunca. El techo metálico nos protegía de la lluvia pero ensordecía el ambiente y nos hacía difícil entender lo que la comunidad estaba diciendo, pero al final lo entendimos, alto y claro. Los últimos años habían sido muy duros. Según los testimonios de los campesinos, el ejército, con ayuda de civiles (paramilitares?) había arrasado la zona impulsando el desplazamiento del campesinado. La arremetida fue dura especialmente del 2006 al 2008. Miles de desplazados, incontables muertos y desaparecidos. Una mujer nos contaba su historia, la de miles en este país. Al parecer el ejército asesinó a su marido. Todavía está esperando justicia. No la espera sentada sino luchando por sacar adelante a los pocos hijos que quedan con ella de los 6 que tenía. Y sacar adelante no significa otra cosa que alimentarlos, no penséis en educación y salud, eso no existe ahí.Sin embargo, los testimonios no se dan de manera fácil. El campesino no se levanta y cuenta con pelos y señales, porque tiene miedo.

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Y con razón. No saben quién será el sapo que le dará la puñalada y terminará con ellos.Ellos nos dicen que el ejército, si bien con menos sadismo, sigue molestando al campesinado que está volviendo tímidamente a la región. Los acusan de guerrilleros, de milicianos o de colaboradores. No los dejan ir a sus propias fincas si el ejército acampa a sus anchas ahí porque dicen que son informantes de la guerrilla.Una de las salvajadas que pudimos observar fue la destrucción de la escuela donde estábamos. Había ordenador, libros e incluso maestro (sic). Nada de eso queda. La saña fue tal que se entretuvieron en estropear la pizarra con pintura. Del maestro no se sabe nada, ni de otros muchos en todas las veredas de la región. Cientos de niños quedan sin educación por la estrategia del gobierno militarista colombiano.2500 soldados arrasaron con todo, robaban el ganado, fumigaciones, erradicación forzosa, bombardeos indiscriminados cerca de las casas, allanamientos, ejecuciones extrajudiciales, torturas, violaciones de los DDHH, etc, etc. Todavía les despiertan los bombardeos que arrasan hectáreas de selva supuestamente protegida. Muchas de estas “fechorías” están denunciadas ante la fiscalía, sin mucho éxito.Todo esto llevó al desplazamiento de miles de campesinos, la mayoría no han vuelto, quedan sus casas, como fantasmas de otro tiempo. Casas, discotecas, billares, escuelas, bares destruidos por el tiempo e invadidos por la selva se pueden ver por todas partes.

Porque amamos la vida luchamos por la paz
Fuente:IAP

Algunas con frases de paz y esperanza en sus tablas.Sin embargo, como decía, van volviendo. Los de antes y nuevos. Vuelven a recuperar el terreno perdido a la selva, a sembrar cacao, café, yuca, plátano. Apenas se ven pequeñísimas parcelas con mata de coca, que le sirve al campesino para pagar las deudas adquiridas en la reconstrucción.¿Y se preguntarán por qué vuelven? Con esa violencia, pobreza, falta de oportunidades… Porque la alternativa es peor, la ciudad y la mendicidad. A Bogotá llegan cientos de campesinos desplazados todos los días, y fue peor en la década del 2000. En el primer trimestre del 2010 llegaron 70.000, eso son casi 1000 todos los días. A esos refugiados, asustados por la inmensidad, el caos, la delincuencia, las mafias y la contaminación les esperan la humillación y el hambre, con suerte. Horas de colas en bienestar social para a veces conseguir una limosna que les durará unos días. La juventud lo tiene peor. Los hombres el reclutamiento obligatorio, 3 años secuestrados combatiendo con el vecino o el hermano (o hermana). Las mujeres jóvenes les espera la marginalidad, la sumisión o la prostitución.Por eso cuando vemos a una joven de 14 años entre la comunidad sabemos que esta “pelá” tiene 3 opciones: casarse con otro “desgraciado”, irse para la ciudad o ingresar a la guerrilla. Esta última opción es mucho más común de lo que uno puede pensar. La mayoría de los presentes tiene hijos o hermanos en la guerrilla. El caso de un muchacho de 19 años al que el ejército asesina al padre, arrasan su finca y a él lo maltratan hasta casi morir. Al día siguiente toma el camino del monte, el camino de la rabia y la violencia. Allá quedan la familia y los vecinos, que se temen lo peor para su ser querido en cada bombardeo, en cada arremetida. El frío por la noche fue duro, no me puedo imaginar lo que tiene que ser para una madre tener a su hijo de 18 años o menos durmiendo en medio de la selva, arriesgando la vida a diario por un conflicto que se eterniza como consecuencia del saqueo y el imperialismo.

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Por suerte no todo está perdido. Si bien la opción de la guerra es muy frecuente, los ojos de esos niños están llenos de esperanza: la Organización. Los supervivientes materiales y morales han dicho basta. Se están organizando en torno a asociaciones campesinas y de derechos humanos. Por un lado quieren volver a sembrar, hacer de su tierra la despensa suya y de Colombia. Pero sin dejar de exigir justicia y reparación. Son estas organizaciones campesinas el futuro de este país, no las bombas, la ciudad o el monocultivo. Si el paramilitarismo incipiente lo permite, construirán y sembrarán, están convencidos de ello. Harán de esta zona una tierra libre de guerra y de coca. Volverán los maestros y huirá la guerra.

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La vuelta fue dura pero hermosa. Tras un abundante desayuno y un partidillo de fútbol con botas de agua salimos a rescatar la camioneta. Más de 10 campesinos y campesinas nos ayudaron en la tarea, los acompañantes acompañados. Cuánta solidaridad, humanidad y humildad en esa gente preciosa que sin una sola pega nos ayudó durante horas y volvió de madrugada a la soledad de su finca. Tras este viaje termino convencido de que con esos Seres Humanos todo es posible.