Acabo de ver el documental Ciutat morta que está teniendo tantísima repercusión mediática. Es un excelente documento donde se refleja cómo toda la estructura del Estado: policía municipal, autonómica (estatal), políticos locales y autonómicos, administración,»Justicia,» ¡los médicos!, psicólogos, administración penitenciaria, y hasta los servicios de limpieza estaban perfectamente coordinados a la hora de condenar (a una de ellas en la práctica a la muerte) a unos chavales cuyo único delito fue caerse de la bici y llevar un pelao friki. ¿Y por qué? Pues porque se necesitaban cabezas de turco en la agresión al policía.
Se equivocan los que dicen que esto es un caso de corrupción. Se equivocan los que siguen pensando que vivimos en un Estado de derecho. Porque pensar que esto es corrupción es creer que es una anomalía, un deja vu en Matrix. No, el Estado capitalista, para sobrevivir tiene que montar todo un aparato represivo para seguir ganando la batalla, la de la lucha de clases.
Si queremos buscar una anomalía, quizás la tenemos que buscar en que nuestra burguesía (con la ayuda de la alemana) no quiso «modernizarse» y hacer una verdadera transición. Y es que es muy interesante cuando el abogado dice: La transición no ha sido modélica, pero es que en la justicia ni siquiera la ha pasado. Los magistrados del Tribunal Supremo juraron los principios fundamentales del Movimiento.
La última trinchera del sistema son los cuerpos represivos, por ello tienen que ser un bulldog bien amaestrado, que sólo ataque cuando el dueño lo decida. Pero estos perros tan útiles en algunos momentos, pueden irse de madre, como en el caso de los dos munipas torturadores. La cuestión aquí es que todo el sistema judicial y político se ha plegado en torno a ellos por intereses económicos en última instancia, los de la especulación urbanística.
Entonces aquí tenemos dos características casi únicas de España: un Estado burgués moderno con fachada democrática pero con una estructura todavía franquista.
Me diréis que si eso fuera así, si viviéramos todavía en una dictadura, la norma sería la tortura, la arbitrariedad. ¿no lo es?
Es muy interesante también el testimonio que cuenta que la fiesta del teatro era permitida normalmente. No parecía que tuviera nada que ver con una cuestión okupa, ni mucho menos social o reivindicativa. Se permitía para echar a los habitantes del barrio, para gentrificar. Una cuestión inmobiliaria-especulativa. Sin embargo, la narrativa que se contó fue la de los sucios y violentos okupas. Hasta aquí obvio. Pero creo que esa narrativa es muy importante para que ante tal despropósito de torturas e impunidad no altere el status quo. Para mí esta narrativa sirvió (y sirve) para que la gente más o menos informada pueda formarse un relato de la realidad bastante ficticio. Vamos, contarse cuentos, para así ir tirando. «Eran okupas, mira qué pintas, en algo andarían metidos, las cosas no se resuelven con violencia, etc, etc.»
En concreto el relato funcionó muy bien en aquellos años de sequía de movilizaciones en los que yo vivía en Barcelona del 2007 al 2010. Esta historia la conocía, sabía de Patricia, las torturas y demás. Pero mis posibles interlocutores, especialmente mis compañeros de trabajo no querían ni oír hablar de esos temas. Lo zanjaban con un «ya está otra vez el pesado.» Amigos me quitaron del facebook, me tachaban de aguafiestas o amargado… Todos los ciudadanos de bien que ahora se escandalizan por aquello se han construido el relato de que no sabían, pero no es cierto, la verdad estaba delante de sus ojos. Otra cosa es que la verdad sea tan pesada para algunas conciencias que es mejor aligerarla con medias verdades o enteras mentiras.
Y aquí vuelvo con lo de gentrificar. Todos esos catalanes barceloneses «de pro,» con su gafa pasta escandalizados porque algunas manzanas podridas en el sistema han manchado el buen nombre de la ciutat de Barcelona. Recuerdo cuando vi Biutiful, la gente indignada saliendo del cine porque había manchado la imagen de la ciudad. Pero quieren una Barcelona chachi guay, un gigantesco centro de ocio.
David Fernández dice que esos policías torturadores son unos hooligans, un peligro público. Como si fueran, de nuevo, una anomalía. No digo que no sean unos salvajes, pero son necesarios para mantener el expolio con la menor resistencia posible. Y son parte tanto del Estado español como del Estado catalán. Todos aquellos haciendo cadenitas humanas por la independencia de la malvada España tendrían que reflexionar un momento si lo que quieren es crear un nuevo Estado capitalista igual (o más) torturador, o transformar el que tenemos por uno que respete las libertades, sea igualitario y tal y tal. Porque no me dirán que lo de la Guardia Urbana es culpa de España.
Ahora que Podemos tiene tantas posibilidades de ganar las elecciones, ¿cómo va a reaccionar toda esa estructura represora? ¿Qué va a hacer con ese Estado mortífero y criminal cuando saque las garras? Si lo vemos como anomalías nos confiaremos (que se lo digan a los venezolanos), si lo analizamos como estructural buscaremos medidas y organizaremos la resistencia.
Y me pregunto, todos aquellos que aunque escandalizados, seguís sin organizaros en la resistencia, ¿qué relato estáis construyendo? ¿el relato de que el supremo salvador con coleta está por venir, o el del cinismo de «esto es lo que hay»?
Nota 1: No he utilizado la palabra «casta» ni una sola vez, soy muy tradicional.
Nota 2: Aquí puedes descargarte el documental.
25 enero, 2015 at 4:26 pm
Creo que lo más interesante del documental está en lo que brevemente comentas sobre la naturaleza de esa casa ocupada y su relación con la administración. Era una casa del Ayuntamiento de Barcelona y cumplía un papel fundamental en la gentrificación del barrio. Creo que la evolución de la ciudad es de destacar más de lo que estamos haciendo.
Hay dos maneras de ver la estructuralidad de la brutalidad de la policía: por un lado, como tú la ves, que son necesarios como elementos represivos, y por otro, que la represión no es potencialmente frente a los movimientos sociales, sino que es un elemento más de desarrollo de la ciudad. Lo que quiero decir es que, lo que vemos en este documental no es tanto que la policía esté preparada para ser brutos, y, como efecto, ocurrió esta situación sobre unas personas que eran inocentes. Sino que estas personas no eran inocentes a ojos del desarrollo de la ciudad.
En mi opinión, la forma en la que se desarrolla Barcelona (y cada vez más ciudades) no requiere una represión para responder a potenciales movimientos organizados futuros, si no que ya, de facto, ha de reprimir la oposición que no necesariamente es organizada, sino cualquier forma de vida que no esté encauzada en los circuitos económicos de la ciudad feria. Que se lleven los palos una gente simplemente por «las pintas» implica que, efectivamente, la policía está diariamente en esa trinchera. No es una trinchera futura frene a un posible movimiento consciente, sino una trinchera diaria contra gente que no pertenece a otro ejército que los que tratan de vivir con poco.
La evolución de la ciudad como ciudad-feria ha disciplinado (y continúa en ello) todos los circuitos económicos. Y ha convertido en mercantil la propia forma de vida. Barcelona es una ciudad que se vende como espacio de experiencias. Quien pueda ofrecer eso, tiene un sitio. Quien no, está fuera. Esto significa una batalla constante, de persecución a quienes tocan en la calle, venden en la calle, o simplemente pagan un alquiler bajo, etc. Esto pone a la policía en un conflicto constante.
Sabemos bien que el modelo de policía represora eficaz era, precisamente, la que hacía desaparecer el conflicto. Sin embargo, esto es propio de formaciones sociales en las que el capital está en fase de contención. No en las de reestructuración urbana y social completa. Como ocurre en muchos lugares y, de forma paradigmática, en Barcelona.
Si olvidamos que la rabia de la policía es también síntoma de esta situación, será imposible entender su estructuralidad.
Ya que utilizas la terminología del relato, creo que deberías también revisar como el mismo relato convencional que elaboramos sobre la policía desde la izquierda tradicional, se puede convertir en un ideologicismo que nos impide ver los síntomas que el común enemigo genera también en ellos.
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