Hace tiempo que no escribo sobre el país que me considera «resident alien for taxes purposes», o sea, un alien, que vive aquí y que paga los impuestos como todo hijo de vecino, eso sí, sin ninguno de los derechos… Pero no voy a hablar de la tortura, de los prisioneros inocentes en Guantánamo en huelga de hambre, de la legalización de las ejecuciones extrajudiciales, de las listas de la muerte de Obama, de la locura nuclear con Corea, de los presos políticos incomunicados, de la ley que protege a Monsanto… No, hoy me iré al terreno de las anécdotas.

Hoy escribiré una historia que me ha tocado un poco más cerca, dura, un poco amarillista, pero que ejemplifica la cloaca con perfume artificial de rosas en la que resido.

Conocí a J. en mi primera cena de acción de gracias. Tuvimos la típica conversación: qué haces, a qué te dedicas, te gusta esto, etc, etc. Después lo vi unas cuantas veces, en Halloween disfrazado de tostadora con su prometida, la última vez coincidí con él en la fiesta de cumpleaños de una amiga a la que aprecio mucho, J era marido de una buena amiga suya. Yo nunca llegué a tener verdadera amistad. Hace poco fue diagnosticado de trastorno bipolar, y por peligrar su vida, fue ingresado. Lo que tendría que ser una cuestión sanitaria sin más se convierte en un infierno. La crisis sanitaria y humana en la que se encuentra este país, hace que no exista una cobertura médica (ni siquiera indecente) para los enfermos mentales: las aseguradoras no cubren a estos enfermos, no hay centros de días ni personal especializado, las familias tienen que denunciarlo ante la policía para que reciba ayuda. Pero ya escribí sobre eso en «El paraíso de los psiquiatras.» J, probablemente por falta de camas, tuvo que ser transportado a otro hospital. ¿quién se encarga de eso? El Sheriff del condado, sí, como lo leen. No se sabe por qué, ni cómo, J intenta tomar el control del coche patrulla, hasta que este para. Según el Sheriff, salen del coche, el agente resbala, y J consigue meterse en el coche y huir. Saltan todas las alarmas, lo persiguen por la autopista, hasta que se sale de la carretera, sale del coche, y lo ejecutan allí mismo. Una vida perdida, mujer, familia y amigos destrozados.

Los titulares resaltan que J era un desequilibrado, cuando sólo era un tipo cualquiera pasando una mala racha que necesitaba ayuda, y al que tirotearon unos sanguinarios.

¿Es esto un accidente?

Policía de paisano ejecuta a un adolescente en Nueva York en plena calle, y detienen y torturan a los que protestan por ello. El disparar y luego preguntar es la norma, fuera y dentro del país.

En Nueva York, desde el 2002 se han llevado a cabo 5 millones de «stop and frisk» (detención y cacheo), o para que nos entendamos, madero blanco para a muchacho negro y le toca los cojones. Casi el 90% de esas detenciones se hicieron a gente inocente. En numerosas ocasiones el detenido se encontró con alguna bala.

Quieren paramilitarizar todos los aspectos de la vida. El domingo fui a correr y vi una persecución policial. Los vecinos tenemos (sic) que vigilar y llamar a la policía ante un individuo sospechoso (véase, adolescente negro con capucha). Nos mandan correos y mensajes alertándonos de personas negras peligrosas, no pasear solos, dejar luces encendidas, etc, etc.

El niño de la foto fue castigado por un policía en la escuela. Había sido acusado de robar 5$ a otro niño. Parece ser que era mentira. Sí, en el país ahora hay un gran «debate» sobre si todas las escuelas tendrían que tener presencia policial. Hay que criminalizarlos. ¿No veis la cara de delincuente que tiene?

 

 

Encarcelación de masas

Este país externalizó su producción industrial, le sobran millones de trabajadores. Desde los 60 se viene llevando a cabo una campaña de criminalización y encarcelación de lo que ellos llaman minorías (en mi ciudad, las «minorías» representan el 40%).

Datos telegráficos y de memoria: hay vecindarios en Detroit donde el 25% de la población está presa, cientos de miles de prisioneros trabajan como esclavos para grandes compañías, las mujeres presas pierden la potestad de sus hijos después de 16 meses sin verlos, los prisioneros cuentan en el censo electoral (a pesar de que no pueden votar) por lo que los condados se pelean por las macrocárceles, los «exconvictos» no pueden encontrar trabajo porque las empresas pueden preguntar por tu pasado (y es ilegal mentir), las personas con antecedentes no pueden acceder a ayudas sociales como los bonos de comida (utilizados por decenas de millones de estadounidenses), los adolescentes de 16 años son tratados como adultos ante la ley (quieren bajarlo a 14)…

Les preguntaba a los compañeros de trabajo que qué harían si su país tuviera unas tasas de muerte por cáncer muy superiores al resto del mundo. Me miraban como diciendo: ¿de qué narices estás hablando ahora? Pues eso les pasa, tienen la tasa de prisioneros más alta del mundo, un 40% de ellos son negros. A esto una compañera me dice, y qué hacemos, ¿los ponemos en fila y los matamos a todos? Esta «cultura» se basa en el castigo.

Cada vez que un negro de Chicago se acerca a Obama acaba tiroteado. Una adolescente que bailó en su inauguración y una mujer que fue a un discurso por el control de la posesión de armas. Mientras vierte lágrimas de cocodrilos, decenas de escuelas de barrios negros cierran en la ciudad, condenando a esos muchachos a un único destino: la cárcel y/o la tumba.

La locura es tal, que un pueblo de Georgia, Nelson, ha emitido una ordenanza en la que obliga a todas las casas a tener un arma y munición «para defenderse de los criminales». El alcalde dice que te puedes negar, pero tendrás que poner un cartel en la entrada que lo indique.

Si esto es el Sueño Americano, que venga Freddy Krueger y lo vea.